Una Iglesia para coméresela
Los ‘aguantados’ de las Clarisas Nazarenas de Sisante, la deliciosa tarta de ‘pellizco’ de las Monjas Trinitarias de San Clemente, los ‘caprichos de Dulcinea’ de las Clarisas del Toboso, los mazapanes de las Monjas Trinitarias de Quintanar de la Orden, las tejas y “noruegas” de las Clarisas de Villarrubia de los Ojos…
Estos son sólo algunos ejemplos de recetas milenarias que se elaboran en los conventos de Cuenca y alrededores, y que tanto han influido en la gastronomía de la región. ¡UMMMM!… ¿No se te hace la boca agua?
Los monasterios, laboratorios gastronómicos
Los monasterios fueron probablemente los primeros centros de investigación gastronómica, a ellos les debemos la mayor parte de los platos de nuestra reputadísima cocina mediterránea. Conventos y monasterios han sido espacios de creación e innovación culinaria desde la Edad Media. ¡Piénsalo! Eran verdaderos restaurantes, ya que diariamente tenían que alimentar a grandes comunidades de personas y disponían, para ello, de una gran diversidad de materias primas gracias a sus huertas y aljibes, que les garantizaban productos frescos y de calidad, además de un enorme almacén que les permitía contar con una gran variedad de ingredientes. La cocina era uno de los espacios más grandes e importantes de los monasterios, no solo por ser el lugar donde se satisfacían las necesidades culinarias de la comunidad religiosa, sino también por ser verdaderos laboratorios gastronómicos donde se elaboraban los más deliciosos manjares que satisfacían los paladares de los más foodies.
¿Sabías
Que...
…el mole mexicano es un invento religioso?
El origen del mayor exponente de la comida mexicana, el mole poblano, se atribuye a un pequeño accidente en uno de estos ‘laboratorios gastronómicos’ conventuales. Cuenta la leyenda que, en una ocasión, el virrey de Nueva España y arzobispo de Puebla, Juan de Palafox, visitó un convento poblano que le ofreció un banquete. El cocinero principal era fray Pascual, que ese día corría por la cocina dando órdenes y reprendiendo a sus ayudantes por los nervios de la llegada del eminente visitante. Cuando el mismo fray Pascual había terminado de cocinar el plato principal y se encontraba ordenando la cocina y guardando una serie de ingredientes en la despensa, tropezó, con tan mala fortuna que todo lo que llevaba en sus manos —chiles, trozos de chocolate y las más variadas especias—, cayó a la olla, echando a perder la comida que debía ofrecerse al virrey. Se cuenta que fue tanta la angustia de fray Pascual que comenzó a orar con toda su fe, justamente cuando le avisaban de que los comensales estaban sentados a la mesa. Pese a sus temores, minutos más tarde pudo respirar aliviado cuando, contra todo pronóstico, recibió todo tipo de alabanzas por el accidentado y original plato. Hoy día, en las cocinas de los pequeños pueblos mexicanos, aún se invoca la ayuda del fraile con el siguiente verso: “San Pascual Bailón, atiza mi fogón”.
El primer ‘MasterChef’
En la Edad Media, era habitual que las distintas comunidades religiosas intercambiaran conocimientos gastronómicos y “compitiesen” por hacer los mejores platos. Esta tradición sigue viva hoy día en eventos como la Muestra Regional Anual de Dulces Conventuales de Castilla-La Mancha o el Mercado Navideño de Dulces de Convento de Cuenca. Tierra de frontera entre cristianos y musulmanes durante siglos, la gastronomía conquense disfruta de lo mejor de las dos culturas en productos como el resolí, un licor de origen árabe que originalmente se tomaba solo en Semana Santa, o el alajú, el antecedente del turrón ideado también por los árabes. ¡Ñam!
¿Sabías
Que...
…el chocolate se elaboró por primer vez en Europa en un monasterio español?
¡Y sabemos exactamente dónde! Fray Jerónimo de Aguilar fue quien envió la receta del chocolate y el primer saco de semillas de cacao al abad del Monasterio de Piedra en Nuévalos en el año 1536. El conquistador Hernán Cortés, como pago al monje del Císter que lo acompañó en su aventura americana, le ofreció la receta de la bebida mágica de Moctezuma que, en sus palabras, “cuando uno la sorbe, puede viajar toda una jornada sin cansarse y sin tener necesidad de alimentarse”. Usada inicialmente como medicina por su aporte energético, los monjes aragoneses se percataron del poder calórico del chocolate para soportar sus ayunos sin dejar de trabajar. ¡Había nacido la primera bebida energética!